Mitos precolombinos y personajes populares de El Salvador

Mitos precolombinos y personajes populares de El Salvador

Un ámbito en el que se siente la presencia de aquel sustrato indígena es el de las leyendas y los mitos populares. Muchos de ellos han llegado hasta nosotros ya mestizados y otros están desapareciendo debido a la fuerte influencia de los modernos medios masivos de comunicación y la nueva cultura popular que de ellos deriva.

En El Salvador, como en muchas otras sociedades antiguas, los mitos desempeñaron un papel muy importante en la cultura y la vida cotidiana de las personas. Estos mitos eran relatos sagrados que explicaban el origen del mundo, la creación de los seres humanos, las fuerzas de la naturaleza, y las normas y valores que debían regir la vida de la comunidad.

En la cultura indígena salvadoreña, por ejemplo, existen mitos que hablan sobre la creación del mundo y los dioses que lo habitan, así como historias que enseñan valores y principios éticos. Estos mitos eran transmitidos de generación en generación a través de la tradición oral, y eran considerados parte fundamental de la identidad cultural de la comunidad.

Además, los mitos también eran utilizados para explicar fenómenos naturales, como la lluvia, los terremotos, y los eclipses. Estas explicaciones mitológicas estaban estrechamente relacionadas con las prácticas religiosas y rituales de la comunidad, y ayudaban a las personas a comprender el mundo que las rodeaba. En resumen, los mitos fueron una parte integral de la sociedad antigua en El Salvador, y desempeñaron un papel importante en la cultura, la religión, y la vida cotidiana de las personas.

Principales Mitos

Los tres mitos más profusamente difundidos en todos los estratos de la población son el del cadejo, y sus afines, el de la siguanaba y el Cipitío.

El Cadejo


El cadejo es un perro misterioso que se aparece en los caminos solitarios a los trasnochadores. Se dice que cuando su silbido se oye cerca, es que el cadejo está lejos. Pero se habla también de dos cadejos: de uno blanco, el de las mujeres, y de otro negro, el de los hombres. O de que el blanco es bueno y el negro es malo. El hecho es que, al acercársele al desdichado, los ojos del cadejo brillan como brasas y, a consecuencia del susto, el pobre desafortunado puede acabar loco, «jugado» o, al menos, enfermar con fuertes fiebres y calenturas.

La Siguanaba

Según la versión salvadoreña, la Siguanaba se aparece también a los trasnochadores; se la ve en los ríos lavando ropa a la luz de la luna o de las estrellas.

Características suyas son el pelo larguísimo y las dos chiches o pechos que le cuelgan hasta la cintura. Parece que el susto mayor de quienes se topan con ella se produce cuando oyen su risa  y burlona, al mismo tiempo que el ¡plash!...¡plash! de las chiches azotadas contra el agua. El mito tiene su origen en un antiguo relato nahua, según el cual una bella princesa indígena cometió el delito de adulterio y por ese delito los dioses la castigaron a sufrir eternamente tan horrible transformación.

Algunos ven en el mito más bien resonancias de una antigua costumbre nahua: las prostitutas no podían ejercer su oficio dentro de los poblados, por eso lo ejercían en las afueras del pueblo, en las quebradas y sitios enmontados. Su metamorfosis en ese ser horrible sería una expresión del repudio moral con que la iglesia católica condena la prostitución.

El Cipitío

A este duende se lo hace hijo de la Sihuanaba, aunque posee un carácter festivo e inocente del que carece la madre. El Cipitío, por otra parte, es bajito, barrigón y tiene los pies vueltos al revés, de modo que su huellas engañan: uno cree que va en una dirección cuando en realidad lo hace exactamente en la contraria. El personaje Cipitío puede estar emparentado con una deidad precolombina: el Xipe Tótec. Este dios era el patrono de la regeneración vegetal, por consiguiente tendrían que ver también con él los frutos y las flores. La leyenda dice que es un duende enamorado que les tira pequeñas piedrecitas a las muchachas que le gustan.

El Duende

Esta leyenda narra la historia de un espíritu que se encariña de las féminas más jóvenes del lugar, las acosa y no las deja de molestar hasta que las deja solteronas. El único modo de lograr que el duende las deje tranquilas es que realicen acciones como no bañarse o cualquier práctica antihigiénica que le luzca repulsiva al duende, provocando que se distancie de ellas y emitiendo un ruido muy atronador.

La poza del Bululú

La leyenda se origina en el departamento de Sonsonate, donde se encuentra un río llamado Sensunapán. Según las generaciones pasadas, se cuenta que, en dicho río existe una poza llamada Bululú, la cual está "encantada" ya que, ahí aparecía un huacal de oro que contenía paste lleno de brillantes y un jabón plateado.

La Carreta Chillona

Se dice que a media noche pasa una carreta vieja, chillando va a su paso y quien la vea está se la lleva.

Según se dice lleva cuerpos de los muertos en la guerra, y que quien la escuche tiene que apagar las luces e ir a la cama, ¡nunca hay que verla!.

Personajes populares

En la historia de El Salvador ha habido personajes que han gozado de gran popularidad debido a sus acciones en favor de —o en todo caso, del agrado de— las clases subalternas.

Anastasio Aquino

El indio Anastasio Aquino es uno de los más populares. Indagando al ver cómo trataban los patronos a sus peones indios, Aquino comandó una peligrosa insurrección en la región de los nonualcos (zona paracentral del país) durante el año 1833. Tanta fuerza cobró el levantamiento que Aquino pudo penetrar con sus tropas en la ciudad de San Vicente y tuvo, además, la osadía de coronarse, él mismo, Rey de los nonualcos, utilizando para ello la corona que ostentaba uno de los santos del templo donde coronó. Aquino dictó leyes draconianas («Al que robe una vez se le cortará una mano; al que robe de nuevo se lo fusilará») y solo fue vencido a causa de la traición de uno de sus lugartenientes.

El Partideño

Fue un bandido salvadoreño —si es que realmente existió— vivió a finales del siglo xix y se lo conoció como El Partideño. Su sobrenombre deriva de su primer oficio: conducir partidas de ganado de un lado a otro de Centroamérica. Se convirtió en bandido singular cuando un hombre rico le raptó a su novia el mismo día de la boda. La venganza fue terrible: el bandido acuchilló al padre del ofensor y se dedicó, además, a asaltar y a matar a cuanto rico y noble se le cruzaba en el camino. Se cuenta que al final logró acabar también con el raptor de su novia, a pesar de que hacía tiempo que ésta había sido violada y asesinada por el indigno noble.

A pesar de lo terrible de sus acciones El Partideño tenía un alto sentido de la justicia porque no permitía que se le robara o hiciera daño a los pobres. El pueblo, la gente sencilla, mitificó al bandido; se llegó a decir que podía convertirse en un racimo de guineos (bananos) o en cualquier animal con tal de escapar de sus perseguidores. El Partideño fue capturado y ahorcado en la ciudad de Santa Ana, pero los ecos de su azarosa vida calaron incluso en obras de arte culto, como es el caso de Ursino, pieza teatral del escritor Francisco Gavidia.

Pedro Urdimales

La tradición popular consagró también a un personaje enteramente ficticio. Se trata de Pedro Urdimales, una especie de pícaro traído a América en los relatos y cuentos chuscos de los conquistadores y colonizadores españoles, más tarde incorporado como propio por la tradición oral. El personaje es conocido en casi todo el continente, llevando a cabo casi las mismas bromas y protagonizando parecidas «pasadas» aunque, claro está, con rasgos que han ido variando de una región a otra. Pedro Urdimales se ríe de todo el mundo y, al que se deja, lo embroma. Se ríe de la autoridad eclesiástica. Por ejemplo, una de las anécdotas cuenta que Pedro convenció a un cura de que había capturado a la paloma del Espíritu Santo y que la tenía debajo del sombrero que había colocado en el suelo. Con cuidado, el cura metió la mano debajo del sombrero y, en vez de la sagrada paloma, fue a dar... con los excrementos del irreverente bromista.

La Gigantona de Jocoro

Es un baile emblemático de El Salvador, precisamente es un mito popular, que afirma sobre una alta mujer conocida como la gigantona de Jocoro, de acuerdo con los pobladores del municipio de Jocoro, que en el valle se encontraron con restos de huesos gigantes y afirmaron que se trataba de una gigante. Debido a este hallazgo, la gigantona de Jocoro se volvió muy popular en el pueblo de Jocoro y, posteriormente, se pasaba por generación; la gigantona de Jocoro también se celebra en las fiestas patronales de San Salvador y muchas actividades de la independencia.

El desfile está conformado por un disfraz gigante de una mujer con una máscara tradicional salvadoreña, manejado por una persona, su altura es de alrededor de 3 metros y baila al ritmo de la música nacional.

Esta tiene su origen desde la época colonial, ya que las máscaras tradicionales fueron introducidas por los españoles en la conquista, de hecho la gigantona de Jocoro tiene un parecido a gigantes y cabezudos.









Comentarios

  1. Está información que buena no conocía de este tema

    ResponderEliminar
  2. Son super geniales los mitos de El Salvador, es bueno saber sobre nuestra cultura.

    ResponderEliminar
  3. me encantan los mitos estan muy detallados , saver mitos en el salvasdor

    ResponderEliminar
  4. Que buena información sobre nuestros mitos y leyendas

    ResponderEliminar
  5. siempre es bueno recordar este tipo de temas de nuestro país, muy interesante y entretenido

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

CULTURA DE EL SALVADOR

COSTUMBRES DE EL SALVADOR